Nellio Palanquet, afincando en Langreo, voló a Puerto Príncipe tras el terremoto para sacar de allí a sus padres y buscar a familiares l Ha regresado conmocionado: «Haití ya no existe, es un caos»
Langreo,
Miguel Á. GUTIÉRREZ
El periodista Nellio Palanquet dejó Haití hace 20 años, cuando un grupo de hombres armados fue a verle para expresar su descontento con una serie de reportajes que había publicado sobre la corrupción política del país. Pudo escapar a duras penas, ayudado por Naciones Unidas, con el cuerpo magullado y sin oportunidad de despedirse de su familia. Nunca imaginó que el regreso sería más duro que la partida. A finales del mes pasado, Palanquet, asentado en Langreo, volvió a Haití cargado con cuatro maletas de ropa, comida y medicamentos y con la misión autoimpuesta de llevar a su familia a la República Dominicana. Quizá pensó que las horas pasadas frente al televisor le vacunarían para el reencuentro con los despojos de su país, azotado por un terremoto que dejó 250.000 muertos, un número similar de heridos y un millón de personas sin casa. «Una cosa es verlo por la "tele" y otra estar allí. Mi país ha desaparecido; mi Haití ya no existe».
Los primeros momentos tras el seísmo fueron angustiosos para Palanquet. Durante días fue incapaz de contactar telefónicamente o tener noticias por terceras personas de sus padres y de dos hermanas. Posteriormente pudo saber que se salvaron gracias a que estaban en la calle cuando se abrió la tierra. Ahora, después de que Palanquet los haya sacado del país, residen provisionalmente en Santo Domingo, junto a otros tres hermanos. La sexta hermana, Melita, y tres sobrinos siguen desaparecidos. «No perdemos la esperanza. Hay gente que sigue viva y no ha podido comunicarse con sus familias, aquello es un caos», explica.
Palanquet sólo pudo estar dos días en Haití. Entró con un visado temporal de cooperante, junto a dos fotógrafos tailandeses. En Puerto Príncipe le esperaba un desierto de ruinas y escombros. Una de las pocas casas que quedan en pie es la de su amigo Mars Dechenaud, geólogo. Sin embargo, por las noches todo el mundo prefiere tener lejos las paredes. «A las siete de la tarde, la gente, aunque siga conservando sus casas, sale a la calle y se va a dormir a tiendas de campaña o donde pueda. Hay una psicosis constante de que el terremoto pueda repetirse; la gente decía que el suelo se movía, pero yo no noté nada», indica el haitiano asentado en Langreo.
A las 16.53.09 (hora local) del 12 enero, los padres de Palanquet, de 67 y 65 años, caminaban por las calles de Puerto Príncipe. Ese paseo les salvó la vida porque su casa, ubicada a escasos metros del Palacio Presidencial, es ahora un amasijo de escombros. «El tiempo posterior al terremoto lo pasaron todos durmiendo en la calle, entre plásticos, y comiendo lo que podían, como todo el mundo. Mi madre sufrió un golpe en una pierna por una piedra que le cayó encima y nadie pudo ayudarla», relata Palanquet, que añade: «Fue una liberación tenerlos delante y poder abrazarlos después de tanto tiempo sin verles. No se puede explicar».
Dos de las hermanas de Nellio Palanquet (otra estaba de visita en Santo Domingo y la cuarta permanece desaparecida) volvían de hacer la compra cuando fueron sorprendidas por el seísmo. De forma instintiva, trataron de protegerse en una iglesia cercana. Sin embargo, la parte superior de la fachada se vino abajo y el acceso al interior del templo quedó sellado por los cascotes. Leane y Rachelle Palanquet estuvieron nueve días atrapadas en la iglesia junto a otras siete personas, racionando con sus compañeros de cautiverio las escasas provisiones que traían en la cesta de la compra: «Se alimentaron con plátanos y coca-cola durante nueve días. Cuando oyeron que alguien golpeaba las piedras de fuera se pusieron a gritar para hacerles saber que estaban dentro». Las penalidades y la escasez de alimentos han sido moneda común desde que se produjo la catástrofe. «Recuerdo que antes del terremoto mi hermana Rachelle pesaba 89 kilos y yo solía decirle que debía hacer dieta; ahora pesa 37. Mi otra hermana se sigue despertando por las noches preguntando por los que faltan», atestigua Palanquet.
Dos hijos de Leane Palanquet, Emelin y Michenson, también pudieron sortear el terremoto gracias a que estaban jugando en un espacio abierto. Se encontraban con los hijos de Mars Dechenaud, el geólogo amigo de la familia, y pasaron los días posteriores al seísmo en su casa. «Mucha gente habla de la cantidad de huérfanos que ha dejado el terremoto, muchos niños no han podido encontrar a sus padres», indica el emigrante haitiano residente en Sama.
Nellio Palanquet empleó su visado de dos días en Haití en reunir a su familia, llevarlos a Santo Domingo y repartir la ropa y los medicamentos que llevaba consigo, aportados por la Asociación Intervalo, el colectivo Les Filanderes, el Ayuntamiento, el centro de salud de Sama, la farmacia Cuetos y sus compañeros de trabajo en Prefasa.
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